No estás solo

No hay nadie que entienda mejor la autolesión como aquellos que la sufren. 

Las personas siguientes hablan, para compañarte y apoyarte, de la estrategia de afrontamiento que ellos encontraron a un sufrimiento  y soledad internos, pero sobre todo, hablan de la esperanza de salir de la espiral de dolor.

Para acompañarte y apoyarte.



“NO ESTOY SOLA NUNCA MÁS “

Comencé a autolesionarme alrededor de los 12 años, ahora tengo 21. A esa edad no sabía muy bien lo que me ocurría ni sabía por qué de repente sentía una necesidad imperiosa de hacerme daño. 

Lo que sí sabía, era que mi cabeza repetía una y otra vez que me lo merecía. Pronto encontraría una forma de evasión de los problemas y de la realidad de la que no sabría salir hasta pasados los años.

Al empezar a sufrir abusos sexuales en casa a los 7 años, caería en una anorexia que me arrasaría el alma y de la que tampoco fui capaz de salir hasta hace un año. 

La decisión de no comer y clavarme las uñas en las piernas, espalada y brazos y ver cómo me salían moratones y sangre parecía que trasladaba mi dolor emocional y espiritual a un plano físico, y eso me aliviaba.

A pesar de no poder llevar camisetas de tirantes por las marcas que me hacía en los hombros y en la espalda, no podía parar. 

Me prometí a mí misma que nunca me volvería a tratar así de mal, pero esa promesa duró lo que tardó en llegar mi siguiente problema emocional. 

Como necesidad en la que se había convertido, cortarme y arañarme no era suficiente, y pronto llegaría a consumir pastillas para acercarme a un suicidio al que yo pensaba que estaba destinada. 

Me sentía sola, deprimida, desalentada, fracasada y pensaba que no merecía vivir. Necesitaba escapar de esa realidad que tan poco me gustaba.

Hoy estoy orgullosa de decir que estoy saliendo de la anorexia y llevo sin cortarme desde el mes de mayo de 2018. Enfrentar la realidad de mi vida está siendo bonito y feo, fácil y difícil al mismo tiempo. Pero tengo la enorme suerte de que cuento con personas que no me juzgan o critican cuando les cuento mi historia, es más, me entienden y me apoyan en mi recuperación. 

Hoy estoy agradecida de poder decir que no estoy sola nunca más, que mi vida sí tiene un sentido y merece la pena estar hoy aquí y ahora.



“UN CONSTANTE APRENDIZAJE DE SABER VIVIR”

Supongo que como el ejercicio físico y las drogas, autolesionarse también puede llegar a ser una adicción. En mi caso, era una manera de liberación y bienestar de mí mismo en una época de mi vida en la que no conseguía entender muchas cosas.

Podría decir que empezó todo en un verano bastante triste, una tristeza que había conseguido sacar una persona de mí, una tristeza de la que no me había percatado, o que había querido ignorar años atrás. 

Al igual que de pequeño fui ese “niño feliz” que decía mi madre que era, en ese momento conseguí sacar de mí un lado que no me gustaba, un lado que me echaba para atrás, pues no concebía en mí, un sentimiento que no fuese de bienestar.

Fue entonces cuando entré en una fase oscura, en la que pensaba que había derrochado mucha parte de mi vida, y con ello me entraron ganas de quitármela. Tenía tanto agobio encima que me daba puñetazos, como si eso me fuera a calmar, pero la calma que llegaba a alcanzar era falsa, como la felicidad  inmediata que te llega a proporcionar el comprar una prenda nueva o el emborracharse.

Estuve con esa misma rutina unos 4 meses, con una constante actitud depresiva, y sin ganas absolutas de vivir. 

Creo que todo cambió gracias a mí, básicamente, gracias a que en un momento dado me dí cuenta de que estaba sobrellevando de manera errónea ese sentimiento de tristeza. 

Siempre me alegra saber que esa persona me supo sacar ese sentimiento a tiempo, pues si no lo hubiese hecho, tarde o temprano mi cabeza me habría tratado aún peor, y estaría viviendo una vida que realmente no quiero llevar, una vida con gente con la que en el fondo no quiero estar.

A día de hoy supongo que puedo decir que estoy bastante más satisfecho con las riendas que he decidido tomar, aunque sí es verdad, que el paso del tiempo en cada persona, se traduce como un constante aprendizaje de saber vivir.



“SI TENGO QUE CHILLAR, CHILLO”

Hubo un periodo de mi vida en que no podía más, todo me sobrepasaba, todo me venía grande, me sentía muy perdida, no encajaba en ningún sitio, se me descontrolaba todo, veía que se me iba de las manos.

Mis emociones me desbordaban, no podía sentir, y la única manera que tuve para expresar ese malestar fue mediante las autolesiones. Esa era la única manera que yo tenía para sentir, para conectar con el mundo, con la realidad.

Cuando me sentía mal tenía que castigarme, y así aprendí a liberarme de la culpa. Empecé  primero dándome golpes, pero cuando estos no fueron suficientes, tuve que buscar algo más fuerte, y pasé de los golpes, a los cortes, y de estos, a las quemaduras. Ahora digo que yo viví una guerra: “mi propia guerra”.

En mi cabeza no paraban de bombardearme mensajes tales como: “no me lo merezco”; “eres una mala persona” y cosas similares; incluso llegué a pensar que merecía ser castigada.

Estaba como muerta, no tenía sentimientos. “La mujer de hielo” me decían. Te dicen “blanco”, pues “blanco”; “negro”, pues “negro”. Llegó un punto en que me daba igual todo.  

Yo misma me dije un día: “esto se acabó”, porque ya había llegado un punto en que ya no podía hacerme más daño. No tenía sitio ya donde poderme quemar más. 

A día de hoy, estoy totalmente recuperada en cuanto al tema de las autolesiones. Me manejo estupendamente con mis sentimientos, sé identificar qué siento y por qué siento lo que siento. 

Si algo no me gusta, lo digo. Es mejor expresarlo verbalmente que no mediante mi cuerpo. Si tengo que chillar, chillo; si me enojo, pues me enojo, y no pasa nada; si estoy contenta, lo muestro; si tengo que llorar, lo hago; pero ya no me callo ningún sentimiento, porque tapar sentimientos no es nada bueno y se paga un precio muy alto.

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